jueves, marzo 30, 2006

Alta Fidelidad - Una de las mejores tres noches


Esta mañana al despertarme sentí la plena necesidad de recordar a Marieta.
Y lo hice, no se muy bien a santo de qué, pero al ver en la ducha (6.30 am) un jabón de color azul francia, no pude evitar que ese color me transportara a aquel momento que nunca voy a olvidar.
Era la primavera de 1983, yo tenía apenas 12 años, pero con algunas actitudes muy infantiles y otras muy avanzadas.
Mi hermana nos invitó a un grupejo de amigos a una fiesta de una de sus compañeras de colegio. Al entrar al lugar, lo único que pude distinguir fue esa blusa azul francia. Adentro de ella estaba María.
Más por testosterona que por amor mismo, me enamoré de ella.
María tenía y tiene aún una carita de nena distinguible. Desde ella que me gustan las mujeres que sonríen, claro en ese momento, con un par de años más que yo, ni me dedicó siquiera una mirada.
María y mi hermana estrecharon vínculos. El tiempo pasó y siguen siendo amigas todavía.
Cuatro, cinco o seis años después de aquella fiesta de primavera, se fue dando casi naturalmente, una relación extraña y hermosa a la vez.
Pero a todo esto, lo que quería contarles era que por María hubiese dejado todo.
Siempre le digo que aquella noche que alcancé a mi novia hasta su casa después de la despedida de soltera de mi hermana, y volví corriendo hasta Paseo Colón y Cochabamba, está entre las tres mejores noches de mi vida.
Esa noche sentí amor, sentí que el mundo era eso, un décimo piso con vista al Río de la Plata, una mujer desnuda y las ganas de que me abracen y me besen, escuchando a Caetano, bañándonos con lentitud y reconociéndonos amantes de una vez por todas. Amantes con tiempo y espacio, en un terco sentimiento que jamás volví a sentir.
El amor no se palpa, pero como el cielo tampoco, esa noche toqué el cielo con amor.
Y como toda historia, se fue contaminando de distancia y de nostalgias. Y es verdad también que uno tiende a idealizar lo que alguna vez disfrutó.
Hace unos años, una madrugada en la que los dos estábamos separados, le pregunté si quería abandonar todo e irse, por supuesto conmigo. Me dispuse a dejar todo atrás por María.
María no se animó.
Hoy está casada.
Hoy tiene una hija.
Hoy la recuerdo una vez más...

martes, marzo 28, 2006

Y tan...


La ansiedad me carcome.

No puedo dejar pasar la oportunidad de revisar constantemente mis cartas electrónicas para encontrar a más no ser un par de palabras tuyas.
Me revuelvo pensando cómo serás, cómo encontrarte y cómo traducirme en pocas palabras, para que me entiendas y para que te guste entenderme.
Tus palabras seductoras y juguetonas me transfieren imaginación, desconfianza, intelligenzzia, y me encuentro en muchas ocasiones intentando responder conmovedoramente.
Para qué? Si sigo siendo el mismo, con mis monstruos y con mis fantasmas. Para qué? Si no voy a encontrar en mí lo que tanto busco y se que quiero, sin saberlo siquiera.
Para vos, para tu paciente releída, para tu respuesta esperada.

Para encontrar lo que se busca nada más que porque si...

Generosa


Desde le campo a la ciudad no creo haber visto ojos más sinceros. Tratándose de una mujer no es un hecho meramente aislado.
Tras un par de gafas miran dos canicas azuladas o verdosas y sinceras.
Le regalaría una canción, le entregaría mi oración de martes y de jueves.
El cabello, que es tan importante para ella, peina ondas bastante inquietas. Tras esa mirada hay algo que carece de tranquilidad.
Es de estatura mediana y de risa fácil. Es de andar llamativo y trascendente.
No pasa desapercibida porque atributos no le faltan. De adelante la vemos llegar tan generosa...
Buenos dientes, piernas con estilo, voz con cierta masculinidad cuando aparece la disfonía.
Quiero decirle que se abrigue, pero seguramente no va a hacerme caso. Y después de todo es su salud.

Los hombres la desean, pero yo me conformo con que me deje sordo cada vez que me saluda acercando demasiado sus labios a mis oídos produciendo aquel ruido tan molesto.

lunes, marzo 27, 2006

Prometo que no cumplo


Hubiese preferido no conocerla, pero el apetito de esa noche me hizo tropezar con ella.
Eran como las dos de la mañana cuando decidimos perdernos en la Buenos Aires nubosa y tan desalmadamente desolada.
De Pachá a Paternal en taxi. Tal como ella me lo dijo, en una de las callecitas que cortaban la avenida San Martín había un hotel. No tardamos mucho en llegar, o sí, pero los excesos acortan los tiempos de espera en viaje.
Minutos después, me confesó que estábamos a la vuelta de su casa, allá por Agronomía.
Fer era así, despreocupada y en general hombre que quería, hombre que tenía. Y yo, que tengo el no difícil que no es lo mismo que tener el si fácil, accedí después de un par de horas de arrumacos mezclados con DJ Cattáneo. Era una de esas fiestas del Clubland que se hacían los ¿viernes? en la costanera.
Habíamos bebido demasiado, entre otras cosas.
Fernanda me envolvió con su labia, pero yo no entendía muy bien qué era lo que intentaba comunicarme. Sólo me dejaba llevar por su perfume y por sus manos.
Sentí su boca comerme la mía, sentí su pecho contra el mío y sus caderas moverse versus las mías.
El hotel era de cuarta, pero no importaba. Seguimos bebiendo hasta entrada la mañana. Y mi morbo acrecentaba sabiendo que su marido la esperaba en esa casa de la vuelta.
Bailó en la habitación también, y esas piernas largas me marcaron el camino a seguir.
Reímos, nos reconocimos en sudor, intentamos meternos en nuestras vidas sabiendo que no resultaría, pero sin embargo lo hicimos sin complejos esa noche.
Tenía una risita que molestaba, pero unos ojos de gitana inquieta que matarían sólo por placer.
A media mañana nos prometimos cosas que jamás cumpliríamos.
Nos dijimos adiós como quien dice chau y nos besamos en las mejillas como buenos amigos.
Prometí no cumplir... y lo logré.

jueves, marzo 23, 2006

CG


Caro era una ariana con estilo, con cierta sofisticación en su manera de hablar, de vestirse y de moverse.
La apodaban La Perra, íntimamente, claro está. Bella mujer, con todo lo que eso esconde.
En su currículum podemos encontrar tantos desengaños como amantes, tantos libros como insultos y tantos desaires como son posibles en la vida de una mujer.
Estar con ella significaba perder de a poquito la vida.
Con Caro comencé a beber y a disfrutar del ajo.
Para mí, Caro era el invierno, la desolación de encontrarme caminando por los laterales del zoológico de Buenos Aires, desolado y tratando de encontrarle una explicación a sus reacciones.
Me podía. Todo mi cuerpo se estremecía cuándo la veía. Era el sexo, el vicio y la pasión. Porque la pelea era pasión, descontrolada, filosa.
Siempre nos encontrábamos entre el frío y la facultad. Con ella dejábamos atrás las clases para escabullirnos en algún hotel. Pero siempre me abandonaba en mitad de una palabra o en mitad de un te quiero (Sabina-Páez).
Nunca descubrí el fondo con ella, pero conocía muy bien lo que era andar de puntillas por el borde. Caminaba por la cornisa, caminaba por el filo de un cuchillo (Páez).
A Caro la olvidé porque yo quise, y por querer me hice tan mal... Me hice odioso y reiterativo, me cegó la noche y me iluminaron las luces malas del centro (tango).
Recuerdo aquella noche en especial, cuando saltando la reja de Las Heras y Ugarteche, me crucé con un amigo. Yo me escapaba por la ventana de la casa de Caro.
Beluga vió mi humanidad saltando como un ágil gimnasta y preguntó:
- De quién estás escapando. A lo que atiné a responder:
- De la locura.
Y caminamos juntos un par de cuadras bajo las sombras de la noche.
Comencé a extrañarla, pero se hizo de día y era demasiado tarde para otro cognac...

Mabel... Mabelita...


Mabel, literalmente, era aplaudida.
Mabel resumía en su persona todos los adjetivos calificativos que los hombres utilizamos para alabar a las mujeres. Mire usted qué cantidades: perra, loba, torturadora, mamita, verduga, gata, yegua, potra, fiera, etc., etc..
En una oportunidad recuerdo estar caminando con ella por la calle, y entre bocinazos y gritos desesperados de lobos hambrientos, un camión se detuvo, su chofer se bajó y me extendió la mano ofreciéndome gentilmente sus felicitaciones.
Mabel se hacía la desentendida, pero caminaba y se aflojaban las baldosas. Tenía ternura en la intimidad, tenía esa cosa protectora que los hombres desean en las hembras. Pero todo eso quedaba a un costado, porque su sola presencia generaba alteraciones sexuales.
En el sexo, representaba a Afrodita, era la diosa del amor encarnada en la tierra.
Mabel, tu recuerdo me incomoda...
Mabel... Mabelita.
No recuerdo a ciencia cierta muy bien por qué nos fuimos alejando. Quizás porque era incómodo estar a su lado, quizás porque la razón no se lleva bien con el corazón. Mabel, toda tú eres una yegua... vaya mi más caro recuerdo...

miércoles, marzo 22, 2006

Desirêe


Desirêe, era así, como ella sola podía ser. Tan de nadie...
Mi adolescencia se perdió con ella.
Fue mi primera furia, mi primer desencanto, mi angustia contenida, mis lágrimas masticadas.
Fue mi primera experiencia en la escalera de un edificio.
Fue mi primera cita certera.
Desi me enseñó la desconfianza y el terror, el corazón abierto y el sudor.
Fue mi primer riesgo, fue descubrir que en la calle también podemos hacer cosas.
Dejé de verla ni bien cumplí mis 17 para encontrarla tres o cuatro años después. Ahí, entonces, fue mi primera fuga de casa de mamá, mi primer regreso corriendo a casa de mamá.
Resumiendo, todavía hoy miro al cielo, veo esos aviones en la noche atravesando nubes y me pregunto:
Barcelona, está tan lejos?

lunes, marzo 20, 2006

Graciela


Graciela miraba por arriba de sus anteojos sentada detrás del escritorio. Morena ella, teñido el pelo de rubio, pagaba cheques a los proveedores los días miércoles entre las 13.30 y las 17 horas.
La disquería donde trabajaba Graciela era siempre un mundo de gente. Se dedicaban a vender ofertas y reediciones de discos que a veces resultaban interesantes de revolver, siempre algún disco olvidado entre las bateas, siempre algo que nadie conocía y podía resultar una joyita por un módico precio y hasta a veces una verdadera oferta.
Eran los tiempos en que el CD comenzaba a ser furor, y el disco de vinilo vislumbraba su muerte cercana.
Por ese entonces, yo hacía las veces de vendedor y cobrador de una compañía discográfica, por lo que conocí a G. A mediados de los ´90.
Graciela imponía distancia y respeto. Sus ropas no coincidían mucho con su edad, parecía una chica joven vestida de señora mayor.
Al cabo de un par de meses de tratarla, comencé a notar un cambio en su manera de tratar y en su personalidad. En una oportunidad en la que el trabajo escaseaba, y a los clientes había que visitarlos igual, G. Me ofreció un café que yo acepté sorprendido. Me comentó que era casada. Pero al levantarse de su escritorio no pude evitar seguirla con mi mirada.
Su manera de vestir era otra totalmente distinta, dejó de lado los trajecitos “Eva Perón” para acercarse más al último grito de la moda. Llevaba puesta una pollera de gasa bastante translúcida que dejaba adivinar las curvas de sus piernas. Me sentí estremecido por semejante imagen. Su blusa (bastante ajustada) contorneaba sus pechos medianos pero de muy buenas formas.
Los empleados del local habían descubierto un volcán en pleno centro. Lo que ayer era hasta desagradable (más que nada por el trato distante que ella les ofrecía) hoy era cordialidad y amabilidad.
Tomamos el café que yo no apuré en ningún momento, hasta diría que el último sorbo estaba realmente helado. Charlamos de cosas sin importancia, triviales para cualquier humano que se precie de ser normal.
Nos saludamos con un beso en las mejillas y seguí mi camino por otros locales de la zona, pero esta vez un tanto pensativo. G. Me había asombrado con sus cambios.
Alguno de esos miércoles, no recuerdo fecha ni mes ni estación del año, Graciela me pidió si por favor podía conseguirle no se que compilación de música de los ´80 de ediciones que en esos tiempos resultaban difíciles de conseguir.
Yo tenía mis contactos y accedí a conseguirlos en breve. Graciela me contestó que si podía alcanzarle los discos (que eran dos ahora que recuerdo), el sábado próximo en un bar de San Juan y Boedo.
Accedí...
Nos vimos...
Hablamos...
Reímos....
Nos despedimos con un hermoso beso en la boca.
Durante el lapso de una estación fui su amante. Cada mañana encontraba mensajes de amor en mi beeper, cargados de palabras que nunca jamás me habían escrito.
Graciela era simplemente una mujer aburrida de su rutina, quiso probar, quiso sacudir sus estructuras y hasta demolerlas a golpes de puño. Yo la convencí para que no lo hiciera. Para que no abandonara su hogar. No tenía hijos, pero la convencí para que no se separara. No lo hizo.
Su marido debe haber estado muy feliz.
Nos fuimos alejando de a poquito, lentamente...
Años después, me casé para separarme a los ocho meses.
Nadie me pudo convencer de nada...

viernes, marzo 17, 2006

Dra. G


Meses después de mi llegada a la oficina (muchos meses después de quedarme sin trabajo fijo), la ví por primera vez..
Yo que recién olfateaba el territorio tratando de reconocerlo, que estaba alegre por insertarme nuevamente en el mundo laboral, yo que venía arrastrando la capa con la cola entre las patitas traseras, me encontré envuelto por el poder seductor de una letrada.
Pocas veces uno se siente a esta altura de la vida, impactado por los juegos seductores de una mujer (juegos innatos y no apuntados directamente a mi persona, vale la aclaración).
La Dra. G es una mujer que derrama sensualidad con sólo caminar por una vereda del micro centro. No es provocativa, viste con simpleza y elegancia.
Sus atributos merecen que cualquier hombre la siga con la mirada. Desparrama su perfume cuando pasa por la puerta de mi cuartel general, mi refugio. Es entonces cuando yo, en este piso primero que se parece más a un nicho que a un conjunto de oficinas, dejo la puerta de mi escritorio abierta, muchas veces esperando verla pasar.
Al principio, cuando recién nos conocimos, no trabábamos conversación alguna. Apenas un buen día, un adiós hasta mañana, pero nada más. Ni siquiera sabía su nombre.
Con el correr de los días nos fuimos acercando, yo, claro que yo, con alguna excusa inverosímil o un pedido de saquitos de té, le arranqué de prepo su nombre y su apellido.
Ella me arrancó el mío. Conocí su voz, suave, su conversación pausada, su sonrisa a veces tímida y otras veces subyugante. Descubrí que no se carga la cara de maquillaje, no lo necesita.
Pasa y me sonríe, sonrisa que devuelvo con mis caídas de ojos de perro tristón y haciendo pedidos a dios para que me mire un segundo más, que me fusile con sus elipses amarronadas, que sacuda sus pestañas provocando viento y sacudiéndome el polvo, despabilándome.
Me transporta, tiene eso que describo como la vuelta a la nostalgia, a la vereda del sol, a la inocencia. La vuelta a sentir que el estómago me hace cosquillas.

No pretendo más que verla, que me salude y desoír a veces sus palabras para nada más observarla.

S.


S. fue mi amor del colegio primario. Con ella comencé a descubrir que las mujeres son un bocado interminable de dulzura y de dolor. Durante mucho, mucho tiempo, en cada rincón de mi corazón, estaba colgada una letra S..
Hay quien quizá diga que una cosa así no puede recordarse, contando los años que han pasado, parece atinado pensar de ese modo, pero los perros de nuestra calaña solemos mantener en forma la memoria aunque hayamos tratado de destruirla de cualquier modo posible.
Con el tiempo el tiempo fue pasando, y la niñez se mezcló con la adolescencia, la adolescencia con la juventud y ya saben cómo continúa el resto.
20 años después, la vida cruzó nuestros caminos, u otros amigos de la época los entrelazaron.
En aquel 27 de diciembre de 2004, sentí que la enfermedad me carcomía. Los nervios eran una pila, las sensaciones se conjugaban y jugaban conmigo.
R. fiel compañero y amigo, siempre a la izquierda de dios, era en esos momentos un sostén, aunque su ansiedad bien disimulada no contrastaba con la mía. Llegamos al lugar de la cena organizada para el reencuentro de compañeros de primario bastante temprano. Si teníamos que llegar a las 21.00 PM, habremos llegado 21.20. Algunas chicas ya estaban ubicadas en mesas y se miraban la caras, se acariciaban y hasta algún lagrimón nostálgico se escapó rodando por alguna mejilla bien maquillada para la ocasión.
Algunos compañeros llegaron más tarde, aunque no menos ansiosos. S llegó casi a una hora después de mi llegada y de la de R..
Volví a verla tan chiquita y tan igual que el corazón me golpeaba el pecho intentando salirse del mismo. Si se hubiera salido, sin ninguna duda se lo hubiera ofrecido en una bandeja.
Me ubiqué entre La Colo (A.) y S.. Ningún sueño hubiese resultado tan real y tan placentero como esas risas y esos comentarios con doble sentido. Descubrí, en no muchos minutos que todo estaba como entonces, que donde lo habíamos dejado, allí había quedado. Fuimos felices esa noche y hasta intentamos cobrarnos algunas facturas pendientes. Pero algo había quedado claro, ya no éramos los que habíamos sido.
Hubo tiempo para todo, bebidas, comidas hasta que la mayoría decidió partir. A. me confesó su amor escondido, I. (la que se cambió con cirugía la carita y ahora es todo un bombón) me recalcó que ella en realidad había sido mi primera novia, dato que al momento de comentármelo, yo había olvidado por completo.
En un bar, de cuyo nombre no me quiero acordar, nos bebimos las últimas cervezas entre S, A, Sergito y yo. No pude ocultar mis emociones y entre el pico alcohólico y felicidades rompí a llorar como un niñito. Lloraba de alegría.
Sergito me robó a S esa noche, y A me dio los mejores besos que había recibido en años. Le prometí con toda cortesía a A que no la llamaría, en respuesta a su proposición de volver a encontrarnos. A también estaba cambiada, como yo, pero es una bella mujer, que aparenta muchos menos de los años que tiene (los mismos años que yo, dicho sea de paso).
Caminé tambaleando por el exceso hacia la casa de mi madre, a pocas cuadras del lugar donde vi alejarse a A en un taxi. S y Sergito se acurrucaron en otro auto de alquiler y me hicieron un ademán tipo saludo que a mí me gustó mucho observar.
A mí me había besado A. , yo la había besado a ella, ella besó a S y yo le acerqué los labios. S me los humedeció con su boquita de colegiala de primario. Me recordé la promesa de no llamar a A camino a lo de mamá.
Debieron pasar al menos unas doce horas para que esa promesa fuera rota, pero jamás volví a besar a A.
S. se acercó tiempo después y nos encontramos varias veces.
Probé la miel de su sudor, pero S se corrió de nuevo, de mi vida, y aunque no la extraño, a veces recuerdo su cuerpo desnudito y menudo sobre un colchón de hotel.
Espero que no se haya ido por veinte años más.

jueves, marzo 16, 2006

EJEMPLO


Ejemplo: un interno telefónico sonante y constante. Diez señoritas alrededor que caminan dejando su halo de perfume (francés?) por doquier. Trajecitos hechos a medida, tacos altos, algunas lucen gafas sin aumento para que aumente el tipo mujer intelectual. Nunca han leído ni siquiera los titulares del diario DIARIO.
Un pobre empleado, que seguramente es contratado por un lapso de tiempo no muy extenso, se acomoda los anteojos. El tipejo, tiene ganas de morirse, no aguanta el ritmo cansino de esa oficina de mierda.
Nadie le presta atención al sonidito que crispa los nervios. Las chicas siguen desfilando con papeles bajo el brazo, caminan de un lado a otro haciendo que trabajan, atienden sus celulares, ponen cara de preocupación, le imprimen vértigo a sus andares, parecen atareadas. Algunos que observan el movimiento desde las oficinas que rodean al piso segundo, se convencen que esta gente trabaja mucho. Hay un zumbido que indica que el aire acondicionado está encendido. La chica de anteojitos redondos cruza raudamente el corredor que va hacia los baños, y con ésta contamos tres veces en hora y media.
El teléfono sigue sonando.
El tipejo que hoy, mañana o pasado, o quizás ayer va a suicidarse, se fastidia, ok... está vivo. Llega hasta el teléfono justo cuando este deja de sonar. Otra vez será...
Mucho taquito aguja. Algunos que se cruzan con las chicas las saludan afablemente.
Leen toda clase de panfletos que adhieren a las carteleras, pero todo para que llegue más rápido el mediodía, hora en que todos corren hacia los bares de alrededor del edificio...
Necesitan reponer energías, quién puede negarle un descanso a estas chicas, no saben lo que deben molestar esos zapatos...

Rain drops



La lluvia, desnuda marabunta.... éso cantaba Spinetta allá por 1985. Indudablemente, a nosotros los perros no nos cae muy bien la lluvia. Aunque en ciertas ocasiones, nos conmueve... "La lluvia es un espejo que me ayuda a verte bien"... canta Páez.
Pero en cuanto al tema canino, la cosa parece complicarse. Se nos embarran las patas, se nos moja la cadena y ésta despide óxido por un par de días hasta la salida del sol. Se nos humedece la cucha, todo alrededor despide el nunca bien ponderado hedor a orines y así no podemos olfatear a las hembritas en celo. Los perros que tenemos 5 años (7X5) todavía lo soportamos. Los de más de 7 años (7X7 y setenta veces siete) sienten la humedad calándole en los huesos, la hostilidad de esta estación es realmente nociva.
Mientras tanto, la calle se llena de papeles húmedos, la siesta debería ser una obligación y es entonces cuando perro viejo prefiere la alfombra, el calor del hogar y las manifestaciones de cariño.
Pobres perros sin dueño que se acicalan a la vista de este mundo totalmente descarado y absurdo.
Y ni hablar de las perras con paraguas que no aunque no tengan espacio te atropellan sin detenerse a mirar si alguna de esas puntas salvajes (extremidades maliciosas si las hay) se llevan nuestros ojos.
Menos mal que siempre que llovió paró, que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista...

miércoles, marzo 15, 2006

Mirá cómo son 1


Si de algo estamos convencidos es de esa actitud que tienen las mujeres. Esa de andar agitando y moviéndole la cadena al perro. Y cuando el perro gruñe, creen que nos comemos la peli de que huyen despavoridas. Por supuesto que hay mujeres y mujeres, pero en un organismo lleno de ellas, las que sobresalen son las mencionadas anteriormente.

Estamos al ruedo


Me sedujo la idea de comenzar a despuntar el vicio de las teclas desde ayer, cuando con el amigo Manantial, entre risas y comentarios, surgió laidea de crear un blog destinado a nada.
Crítica? no... algo de humor?no... Seriedad?menos...El Almirante al igual que El Trompo sabrán comprender